
Daniela Alanis Mendez
2 oct 2025
“Mediante estas medidas colectivas, los presentes recordamos a los ausentes y les rendimos homenaje. Si bien ningún homenaje será suficiente, constituye un grito de dignidad ante 50 años de marginación.”
— Petteri Taalas, Ex Comisionado Ejecutivo de Atención a Víctimas (CEAV), 2018
El 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco (Ciudad de México), ocurrió una de las más terribles represiones en la historia contemporánea del país. Ese día, el Ejército Mexicano y el Batallón Olimpia, un grupo paramilitar, abrieron fuego contra una manifestación pacífica, dejando cientos de muertos, miles de heridos y detenidos.
Aunque el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) negó en su momento la responsabilidad de las fuerzas armadas, diversas investigaciones y testimonios posteriores revelaron que los hechos formaron parte de la “Operación Galeana”, cuyo objetivo era desarticular al Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano representativo del movimiento estudiantil.
El movimiento estudiantil de 1968, integrado principalmente por alumnos de la UNAM, el IPN y otras universidades y normales del país, había sumado también a profesores, obreros, amas de casa, sindicatos e intelectuales. Se trataba de un movimiento amplio que exigía democracia, libertad de expresión y fin de la represión estatal.

Los estudiantes reunidos en Tlatelolco defendían seis demandas fundamentales:
1. Libertad de todos los presos políticos.
2. Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal (delito de disolución social).
3. Desaparición del cuerpo de granaderos.
4. Destitución de jefes policiacos (Luis Cueto, Raúl Mendiolea y A. Frías).
5. Indemnización a las familias de muertos y heridos.
6. Responsabilidad legal de los funcionarios culpables de la represión.

Minutos antes de las 18:00 horas, un helicóptero lanzó bengalas sobre la plaza, señal para que francotiradores y elementos del Batallón Olimpia iniciaran los disparos. Vestidos de civil y con un guante blanco en la mano izquierda como distintivo, infiltraron el mitin y atacaron a los oradores, manifestantes y periodistas.
En medio del caos, cientos de personas buscaron refugio en los edificios de Tlatelolco, pero los soldados irrumpieron sin orden judicial en los departamentos para capturar estudiantes y vecinos.
Las cifras oficiales hablaron de 30 muertos, pero sobrevivientes y organizaciones de derechos humanos sostienen que el número real fue mucho mayor. La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (2006) estimó que las víctimas podrían haber superado las 350 personas.

La masacre del 2 de octubre no solo representó una brutal violación a los derechos humanos —derecho a la vida, libertad, seguridad jurídica y libre expresión—, sino que también manchó la imagen internacional de México, justo cuando se preparaba para ser anfitrión de los Juegos Olímpicos de 1968.
En 2001, la CNDH emitió la Recomendación 26/2001 al presidente Vicente Fox, exhortando al Estado mexicano a reconocer las violaciones de aquella época, garantizar la reparación del daño a las víctimas y evitar que se repitieran hechos similares.
En 2018, a 50 años de la masacre, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) reiteró la necesidad de una disculpa pública y del reconocimiento oficial del daño causado, además de la preservación de la memoria histórica a través de iniciativas como la Colección M68.

El grito de “¡2 de octubre no se olvida!” se convirtió en un símbolo contra la impunidad y la represión del Estado. Año con año, miles de estudiantes, organizaciones sociales y ciudadanos marchan en la capital y en distintas ciudades del país para mantener viva la memoria de los caídos y exigir justicia.
Aunque el movimiento estudiantil de 1968 fue reprimido violentamente, su legado abrió un camino hacia la democratización de México y sembró la semilla de una sociedad más crítica, participativa y consciente de sus derechos.
En años recientes, la historiografía también ha comenzado a dar voz a las mujeres que participaron en el movimiento, muchas de ellas integrantes del CNH, brigadistas, maestras y estudiantes que jugaron un papel central en la organización, la difusión de demandas y la resistencia civil. Reconocer su participación es también un acto de justicia histórica.
La matanza de Tlatelolco permanece como una de las grandes heridas abiertas del México moderno, símbolo de los excesos del autoritarismo y del costo que pagaron quienes se atrevieron a exigir libertad y democracia.






